Una bula trata sobre un instrumento confidencial relacionado con temas políticos, legales o religiosos espirituales, que cuando esta autentificada con el precinto de papal, se le llama con el nombre de bula papal o bula pontificia, en este caso estaremos tratado la bula de la misericordia.
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¿Qué es la Bula de la misericordia y de que trata?
Podemos decir que la Bula de la misericordia, trata de un instrumento del papa que en ocasiones trata a veces de asuntos administrativas o judiciales, y otras, de temas relacionados con el espíritu como la fe o la concesión de gracias, la Bula de la Misericordia es de esta última clase.
Las bulas hacen referencia a asuntos transitorios, ya sea legal o administrativos, involucran un tema de derecho, así, las llamadas Bulas Alejandrinas de 1493 que solucionaron nada menos que la división del Nuevo Mundo entre España y Portugal.
Existen quienes se refieren a estas Bulas Alejandrinas como el primer documento constitucional del Derecho Público Latinoamericano, otros debaten su entorno jurídico de arbitraje internacional o, bien, de entrega efectiva de poderío fundada en la doctrina omni in sular que hace referencia al privilegio concedido a San Pedro y sus herederos por el Soberano romano Constantino sobre todas las islas occidentales.
También es lícita la Bula Laudabiliter que otorga, en el año 1155, Irlanda a favor de Enrique II, muchos vacilan de la legitimidad de su existencia pues no se ha encontrado nunca el original.
Por otro lado, la bula trata de los consentimientos de gracias por los actos de misericordia que se realicen en el período de un año, cuando son bulas que tratan de sobre asuntos vinculados con lo espiritual se puede estar de acuerdo en lo que dice o no, y, resulta de cada uno aceptarlas o no.
¿Qué es un Año Santo?
Año santo o también conocido como Año Jubilar, la palabra Jubileo tiene su origen en la palabra hebrea yobel palabra con se le denomina al cuerno del carnero, que se utiliza como instrumento sonoro.
Este cuerno, en la costumbre judía, era empleado para anunciar un año excepcional dedicado a Dios, también existe una palabra latina que se suele hacer referencia al origen del término Jubileo y es iubilum del verbo iubilar que significa alegrarse.
Para la Iglesia Católica, que es una institución de carácter estrictamente histórica que pone acento en las costumbres y en los antecedentes, el Año Santo resulta un año de especial de gozo donde las personas que asumen el compromiso de cumplir determinados actos tendrán una recompensa espiritual.
En un Año de la Misericordia se pide a estas personas que haga actos misericordiosos para alcanzar así Misericordia de Dios.
¿Qué es la Misericordia?
En la Bula espiritual el Papa Francisco manifiesta que la Misericordia vincula a la Iglesia Católica con el Judaísmo y con el Islam porque las tres religiones la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios.
La feligresía musulmana, en particular, atribuyen al Creador el nombre de Misericordioso y Clemente, profesando que nada puede restringir la misericordia divina porque las puertas de ella siempre están abiertas.
Para todos los seres humano, creyentes o no, la misericordia es una tendencia a sentir compasión por los que padecen y ofrecerles ayuda en su infortunio, se trata de un sentimiento profundamente natural que nace de ver sufrir a otros y que estimula, a veces, al ser humano a realizar actos concretos para intentar calmar el sufrimiento, repararlo o evitarlo.
La Bula de la Misericordia proyecta que durante este año, quienes lo deseen, ahonden esa predisposición hacia el otro, en particular, para beneficiar el diálogo y la paz entre los hombres, no por un asunto legal sino, simplemente, por ser materia de humanidad.
La Bula “Misericordiae vultus” (I)
El 5 de mayo de 2015, en la Sala de noticias de la Santa Sede, fue enseñado el Jubileo extraordinario de la misericordia, en “Evangelii gaudium”, el papa nos muestra la clave significativa que nos ayudará a comprender el real significado y el sentido de este Año jubilar, “La iglesia vive un deseo interminable de dar misericordia, resultado de haber vivido la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”, desde aquí debemos interpretar la Bula “Misericordiae vultus”.
Es verdad que la festividad de la misericordia tiene unas características que lo diferencia de todos los demás que lo han precedido con otros motivos, en primer lugar, es ambición del Papa que sea experimentado en toda Roma como en las Iglesias locales.
Desde otro punto de vista se puede decir que es primera vez en la historia de las festividades, que se brindan la oportunidad de abrir la puerta santa, la puerta de la misericordia, en cada Diócesis, especialmente en cada Catedral, en un templo significativo o en un santuario de devoción especial para los fieles.
Se trata de un festividad temática que toma su fuerza en el implícito principal de la fe y busca recordar a la Iglesia su misión principal que es de dar testimonio de la compasión, y para ello, el Papa mandara por el planeta entero unos embajadores de la compasión, clérigos con gran paciencia y competentes para entender los límites de los hombres pero capaces de difundir en la predicación y en la confesión el destello luminoso del buen pastor.
Finalmente, las festividades van dirigida para que todos los cristianos, de cualquier edad, vocación o gracia, para que participen en él y experimente el profundo significado de la compasión, y para que todos puedan participar se ha establecido un calendario para que todos se sientan llamados a vivir la compasión del Señor.
El 8 de diciembre, conmemoración de la apertura del jubileo de la compasión, del 19 al 23 de enero, deseando ayudar a entender el carácter peregrinante de la vida, se consagrará a todos los que sirven en santuarios y en el campo de la peregrinación.
El 3 de abril, con el fin de llamar a los religiosos que viven de una forma especial la experiencia de la misericordia, habrá una conmemoración para todas aquellas realidades que se identifican más con una espiritualidad de la compasión.
El 24 de abril, jornada dirigida a los adolescentes que, luego de la Confirmación, son convocados a confesar su fe, el 29 de mayo, festividades para quienes se sienten convocados a la vocación sacerdotal, el 3 de junio, festividad del Sagrado Corazón de Jesús, dirigido a los sacerdotes.
El 12 de junio, consagrado a los enfermos y a las personas que les asisten con su solicitud y amor, el 4 de septiembre será el día del mundo de caridad y del voluntariado en pro de los pobres y necesitados, el 25 de septiembre, la festividad de los catequistas.
El 9 de octubre se elogiará a la Madre de la compasión, el 6 de noviembre, el Jubileo para los privados de libertad, finalmente, el 20 de noviembre, Solemnidad de Cristo, Rey del universo, tendrá lugar el cierre del Año jubilar en toda la Iglesia.
Repensar la compasión, como ha pedido el Papa con este Jubileo, será una verdadera gracia, un auténtico kairós para todos los cristianos y un auténtico renacimiento para continuar en el camino de la nueva evangelización y de la transformación pastoral.
En este tiempo hermoso que Dios nos va a proporcionar todos tendremos la oportunidad de alcanzar y vivir mejor una de las verdades fundamentales de nuestra fe que Cristo nos ha revelado, Dios es perdón y compasión, capaz de compadecerse de nuestras pobrezas y debilidades.
La Bula “Misericordiae vultus” (II)
La Bula del Papa Francisco para la festividad extraordinaria de la compasión, ya comentamos cómo aparecía la realidad de la misericordia en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, específicamente en los salmos y en las parábolas de la misericordia.
El Santo Padre habla de la compasión como una característica de la identidad de los hijos de Dios, y es que la misericordia no sólo es una particularidad del obrar del Padre, sino que es verdaderamente el distintivo y el criterio para saber quiénes son realmente hijos de Dios.
Todos estamos convocados a vivir desde la compasión porque a todos se nos ha dado la misericordia por parte de Dios, el perdón de las ofensas es una manifestación del amor misericordioso y para nosotros, los cristianos, es un imperativo del que no podemos prescindir.
Jesús señala la misericordia como ideal de vida y como criterio de creencia de nuestra fe: “Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7), una vez más, la Sacra Escritura nos hace recordar que la compasión es la palabra clave para indicarnos el actuar de Dios con nosotros, Él no se limita a afirmar sólo su amor sino que lo hace tangible y visible.
Como Él es compasivo, así estamos aclamados también nosotros a ser compasivos los unos con los otros, por eso, la compasión es la viga maestra que mantiene la vida de la Iglesia, toda su acción pastoral debería estar revestida de la simpatía a los religiosos y nada de su anuncio al mundo debe carecer de compasión.
La credibilidad de la Iglesia cruza por el amor misericordioso y compasivo, y así, la Iglesia “vive un deseo innato de brindar compasión”, el perdón es una poderío que revive a una vida nueva e impulsa el valor para mirar el futuro con esperanza, mucho más cuando la práctica del perdón en la cultura actual se desvanece más cada vez.
San Juan Pablo II, en su Comunicado papal “Dives in misericordia”, hacía ver el olvido del tema de la compasión en la sapiencia actual, por otra parte, estimulaba la necesidad urgente de participar y testimoniar la compasión en el mundo contemporáneo:
“La iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia, la particularidad más estupenda del Creador y del Redentor, y cuando aproxima a los hombrees a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora”.
¿En qué consiste la tarea de la Iglesia en este aspecto?, en anunciar la compasión de Dios. En la nueva evangelización, en la que está enfocada la Iglesia, el tema de la compasión exige ser expuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral.
Es concluyente para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la compasión, su lenguaje y sus gestos deben transmitir compasión para poder entrar en el corazón de las personas y estimularlas para reencontrar el sendero de la vuelta al Padre.
La principal verdad de la Iglesia es el amor de Cristo que urge hasta el perdón y la gracia de sí mismo; así, la Iglesia se hace sierva y mediadora entre Dios y los hombres, donde la Iglesia este presente allí debe ser indudable la compasión del Padre y donde quiera que este un cristianos cualquiera debería encontrar un oasis de misericordia.
Por todo ello, el Año Jubilar queremos experimentarlo a la luz de la Palabra del Señor, siendo compasivo como el Padre es misericordioso (cf. Lc 6, 36), es éste un esquema comprometido, lleno de paz y de regocijo, que Jesús dirige a todos cuantos escuchan su voz.
Pero para ser capaces de compasión debemos, en primer lugar, ponernos a la escucha de la Palabra de Dios, lo que quiere decir recuperar el valor del silencio para recapacitar sobre la Palabra que se nos dirige, de este modo, será posible observar la compasión de Dios y asumirla como un propio estilo de vida.
La procesión es un símbolo propio en el Año Santo porque actualiza la imagen del sendero que cada persona realiza en su existencia, también para llegar a la puerta santa, cada uno habrá de hacer una peregrinación, es así que la procesión nos está mostrando que la compasión es una meta por alcanzar que requiere compromiso y sacrificio.
La procesión se convierte en estímulo para la transformación, pues cruzando la puerta santa nos dejaremos abrazar por la compasión de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás, como el Padre lo es con nosotros.
La Bula “Misericordiae vultus” (III)
Jesús mismo muestra las fases o momentos de la misericordia a través de las cuales es posible alcanzar la misma,:
“No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, abundante pondrá en el halda de vuestros vestidos, porque con la medida con que midáis se os medirá” (Lc 6, 37 – 38).
Cristo pide, primero que nada, no juzgar y no condenar, si no se desea caer en el juicio de Dios, nadie puede transformase en el juez de su hermano porque el hombres permanecen en lo trivial mientras que el Padre mira el interior, hablar mal del hermano en su ausencia equivale a exponerle al descrédito, a comprometer su reputación y dejarle a merced del chisme; por eso, debemos de saber percibir lo bueno que tiene cada uno y no permitir que nadie sufra por nuestro juicio parcial.
Pero esto es lo negativo, que no es suficiente, para declarar la compasión, Jesús pide también perdonar y dar: ser herramientas de perdón porque nosotros hemos sido los primeros que lo hemos recibido, ser generosos con todos sabiendo que Dios es también benevolente y magnánimo con nosotros.
El lema del Año Santo es “Misericordiosos como el Padre”, en su compasión poseemos la prueba de que Dios nos ama, Él se nos entrega entero y perennemente, gratuitamente y sin pedir nada a cambio, nosotros, que vivimos en una contexto de debilidad, le pedimos al comenzar cada mañana “Dios mío, ven en mi auxilio” y este auxilio consiste en que seamos capaces de entender su presencia y compañía para que, tocados por su compasión, día tras día nosotros seamos compasivos con todos.
El Año Santo pide que abramos el corazón a los que viven en las contradictorios perímetros vivenciales que el mundo moderno dramáticamente genera, en el conmemoración se llama a toda la Iglesia a que sane las heridas de los hombres que padecen, a calmarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la compasión y curarlas con la fraternidad y la debida atención.
No podemos caer en la indolencia que humilla, ni en la habitualidad que parálisis el alma e impide descubrir la novedad, ni el cinismo que destruye, hemos de ver las desdichas del mundo, las angustias de tantos hermanos y hermanas privados de dignidad y escuchar sus gritos de auxilio, acerquémonos a ellos y ofrezcámosles el calor de nuestra amistad y fraternidad.
Misericordiae Vultus del papa Francisco
Jesucristo es el rostro de la compasión del Padre, estas palabras bien podrían sintetizar el misterio de la certeza cristiana, la compasión se ha convertido viva y visible en Jesús de Nazaret, llegando a su culminación en él, El Padre, «rico en misericordia» (Ef 2, 4).
Luego de haber expuesto su nombre a Moisés como «un Dios misericordioso y misericordioso, lento a la ira y abundando en amor y fidelidad firmes» (Ex 34,6), nunca ha dejado de enseñar, de diversas formas a lo largo de la historia, su naturaleza divina.
En la «totalidad del tiempo» (Ga 4, 4), cuando todo había sido organizado según su plan de salvación, envió a su Hijo único al mundo, nació de la Virgen María, para dejar ver su amor por nosotros de manera definitiva, quien ve a Jesús ve al Padre (cf. Jn 14, 9). Jesús de Nazaret, con sus palabras, sus acciones y toda su persona muestra la misericordia de Dios.
Necesitamos observar continuamente el misterio de la compasión, es una fuente de alegría, tranquilidad y paz, nuestra salvación depende de ello, compasión la palabra enseña el misterio mismo de la Santísima Trinidad, misericordia: el acto supremo por el cual Dios viene a nuestro encuentro.
Piedad, la ley esencial que vive en el corazón de toda persona que mira sanamente a los ojos de sus hermanos y hermanas en el sendero de la vida, compasión el puente que enlaza a Dios y al hombre, abriendo nuestros corazones a la anhelo de ser amados para siempre a pesar de nuestra pecaminosa.
A veces estamos citados a observar aún más detenidamente la piedad, para que podamos lograr ser un signo más eficaz de la acción del Padre en nuestra vida, por eso he promulgado un Jubileo maravilloso de compasión como un tiempo especial para la Iglesia, un período en el que el testimonio de los creyentes podría hacerse más fuerte y más eficaz.
El Año Santo comenzará el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción, este día de celebración litúrgica conmemora la acción de Dios desde el principio de la historia de la ser humano, después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar a la humanidad sola en medio del mal.
Y así volteo su mirada a María, santa e inmaculada en el amor (cf. Ef 1, 4), elegida para ser la Madre del Redentor del hombre, cuando se enfrenta a la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud de la piedad, la misericordia siempre será mayor que cualquier pecado, y nadie puede poner límites al amor de Dios que está siempre dispuesto a perdonar.
Tendré la satisfacción de abrir la Puerta Santa en la ceremonia de la Inmaculada Concepción, en ese día, la Puerta Santa se convertirá en una Puerta de la Humanidad a través de la cual cualquiera que entre vivirá el amor de Dios que consuela, perdona e infunde esperanza.
El domingo siguiente se abrirá el tercer domingo de Adviento, la Puerta Santa de la Catedral de Roma, es decir, la Basílica de San Juan de Letrán, en las semanas siguientes, se abrirán las Puertas Santas de las otras Basílicas Papales.
Ese mismo domingo, informaré que en cada iglesia local, catedral, iglesia madre de los fieles en cualquier área en particular o, alternativamente, en la catedral u otra iglesia de especial importancia, se abrirá una Puerta de la piedad durante toda la del Año Santo.
A discreción de la corriente ordinaria local, una puerta afín puede ser abierta en cualquier templo frecuentado por grandes cantidades de peregrinos, ya que las visitas a estos lugares sagrados son tan a menudo momentos llenos de gracia, como la gente descubre un camino a la conversión.
Por lo tanto, toda Iglesia particular estará claramente comprometida en la vida de este Año Santo como un período extraordinario de gracia y renovación espiritual, así, el Jubileo se conmemorara tanto en Roma como en las Iglesias particulares como vi.
He elegido el día 8 de diciembre debido a su gran significado en la historia más nueva de la Iglesia, de hecho, abriré la Puerta Santa en el 15 aniversario de la clausura del Conclave Ecuménico Vaticano II, la Iglesia siente una gran deseo de sostener activo este acontecimiento, con el Concilio, la Iglesia entró en una nueva etapa de su historia.
Los Padres del Concilio percibieron gran vigorosidad, como un auténtico aliento del Espíritu Santo, la necesidad de hablar de Dios a los hombres y mujeres de su tiempo de una manera más accesible, las paredes que durante mucho tiempo habían hecho de la Iglesia una especie de fortaleza fueron derribados y había llegado el momento de divulgar el Evangelio de una manera nueva.
Fue una nueva etapa de la misma evangelización que lo había existido desde el principio, fue un nuevo deber para que todos los cristianos den testimonio de su fe con mayor frenesí y convicción, la Iglesia sintió la responsabilidad de ser un signo vivo del amor del Padre en el mundo.
Recordamos las enternecedoras palabras de san Juan 23 cuando realizo la apertura el Conclave, indicó el camino a seguir:
«Ahora la Esposa de Cristo desea usar la medicina de la compasión en lugar de tomar los brazos de la severidad… La Iglesia Católica, mientras mantiene en alto la antorcha de la verdad católica en este Conclave Ecuménico, quiere mostrarse una madre amorosa para todos, paciente, amable, conmovido por la compasión y la bondad hacia sus hijos separados».
El beatífico Pablo 6 habló de manera parecida al final del Congreso: Preferimos señalar cómo la caridad ha sido la principal particularidad religiosa de este Conclave… la antigua historia del Buen Samaritano ha sido la guía de la espiritualidad del Congreso… una ola de afecto y asombro fluyó del Concilio sobre el mundo moderno de la humanidad.
Las equivocaciones fueron condenadas, de hecho, porque la compasión exigía esto, nada menos que la verdad, pero para las propias personas sólo había amonestación, respeto y amor, en lugar de análisis deprimentes, fomentar remedios, en lugar de predicciones terribles, mensajes de confianza emitidos desde el Consejo al mundo actual.
Los valores del mundo actual no sólo fueron respetados sino honrados, sus esfuerzos aprobados, sus anhelos purificados y bendecidos… Otro punto que debemos acentuar es este, toda esta enseñanza rica se drena en una dirección, el servicio de la humanidad, de cada condición, en cada debilidad y necesidad.
Con estas emociones de gratitud por todo lo que la Iglesia ha recibido, y con un sentido de responsabilidad por la tarea que se aproxima, cruzaremos el principio de la Puerta Santa con plena confianza en que la fuerza del Señor resucitado, que nos apuntala firmemente nuestro sendero de peregrinación, nos sostendrá.
Que el Espíritu Santo, que guía los pasos de los religiosos en ayudar con la acción de salvación realizada por Cristo, conduzca el camino y apuntale al Pueblo de Dios para que contemple el rostro de la piedad.
El año jubilar finalizara con la ceremonia litúrgica de Cristo Rey el 20 de noviembre de 2016, ese día, al cerrar la Puerta Santa, estaremos llenos, sobre todo, de un sentido de gratitud y acción de gracias a la Santísima Trinidad por habernos dado un tiempo maravilloso de gracia.
Confiaremos la vida de la Iglesia, de toda la humanidad y de todo el universo al Señorío de Cristo, solicitándole que derramara su misericordia sobre nosotros como el rocío de la mañana, para que todos trabajen juntos para construir un futuro más brillante.
¡Cuánto deseo que el año que viene esté rebozado de piedad, para que podamos llegar a cada hombre y mujer, trayendo la bondad y la ternura de Dios! ¡Que el bálsamo de la compasión llegue a todos, tanto religiosos como lejanos, como señal de que el Reino de Dios ya está presente entre nosotros!
«Es propio de Dios practicar piedad, y manifiesta su omnipotencia especialmente de esta forma«, las palabras de Santo Tomás de Aquino enseña que la comprensión de Dios, más que un signo de debilidad, es la marca de su omnipotencia.
Por este motivo la liturgia, en una de sus colecciones más viejas, nos hace orar: «Oh Dios, que revela tu poder sobre todo en tu misericordia y perdón» A lo largo de la historia de la humanidad, Dios siempre será aquel que está presente, cercano, providente, santo, y piadoso.
«Paciente y compasivo». Estas palabras a menudo van juntas en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios, su ser compasivo se manifiesta específicamente en sus muchas acciones a lo largo de la historia de la salvación, donde su piedad predomina sobre el castigo y la destrucción.
De modo exclusivo, los Salmos traen a la luz la nobleza de su acción compasiva:
«Perdona toda vuestra iniquidad, sana todas vuestras enfermedades, te redime la vida de la fosa, os corona con amor y misericordia firmes» (Sal 103, 3-4).
Otro salmo, de una manera aún más clara, atestigua los signos precisos de su piedad:
«Ejecuta justicia para los agobiados; da comida a los hambrientos, el Señor libera a los prisioneros, el Señor abre los ojos de los ciegos, el Señor eleva a los que están inclinados, el Señor ama a los justos, el Señor vela por los dos años, sostiene a la viuda y a los sin padre; pero el sendero de los infames que trae a la ruina» (Sal 146, 7-9).
Estas son algunas otras manifestaciones del salmista: «Sana a los desconsolados, y ata sus heridas. El Señor levanta a los oprimidos, arroja a los inicuos al suelo» (Sal 147,3, 6), en síntesis, la piedad de Dios no es una idea indefinida, sino una realidad especifica con la que revela su amor como el de un padre.
«Porque su piedad subsiste para siempre». Este es el estribillo que se repite después de cada versículo del Salmo 136 al contar la historia de la revelación de Dios. En virtud de la piedad, todos los acontecimientos del Antiguo Testamento están llenos de profunda importancia salvífica.
La compasión hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación, repetir continuamente «porque su piedad perdura para siempre», como lo hace el salmo, parece romper las distancias del espacio y el tiempo, fijando todo en el misterio eterno del amor.
Es como para indicar que no sólo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada compasiva del Padre, no es casualidad que el pueblo de Israel quisiera incluir este salmo, el «Gran Hallel», como se le llama, en sus días de fiesta litúrgica más importantes.
Antes de su Exaltación, Jesús oró con este salmo de piedad. Mateo da fe de esto en su Evangelio cuando dice que, «cuando habían cantado un himno» (26:30), Jesús y sus discípulos salieron al Monte de los Olivos. Mientras él era yo.
Con los ojos afirmados en Jesús y su mirada compasiva, experimentamos el amor de la Santísima Trinidad, la tarea que Jesús recibió del Padre fue la de dejar ver el misterio del amor divino en su plenitud, «Dios es amor» (1 Jn 4, 8,16), Juan asevera por primera y única vez en toda la Sagrada Escritura, este amor se ha hecho visible y tangible en toda la vida de Jesús.
Su persona no es más que amor, un amor dado gratuitamente, las relaciones que forma con las personas que se aproximan a él manifiestan algo totalmente único e irrepetible, los signos que trabaja, esencialmente en favor de los pecadores, los pobres, los marginados, los enfermos y los que sufren, están destinados a enseñar piedad.
Todo en él habla de compasión, nada en él carece de compasión, Jesús, al ver a las multitudes de personas que lo siguieron, se dio cuenta de que estaban fatigosos y débiles, perdidos y sin guía, y sintió una profunda compasión por ellos (cf. Mt 9, 36), sobre el asiento de este amor compasivo sanó.
En las alegorías dedicadas a la compasión, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que nunca se rinde, hasta que ha perdonado el mal y vencido el rechazo con compasión y misericordia, conocemos bien estas metáforas, tres en particular: las ovejas perdidas, la moneda perdida y el padre con dos hijos (cf. Lc 15, 1-32).
En estas parábolas, Dios siempre se presenta como lleno de regocijo, especialmente cuando perdona, en ellos encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la compasión se presenta como una fuerza que lo supera todo, llenando el corazón de amor y trayendo consuelo a través del perdón.
De otra metáfora, recogemos una enseñanza importante para nuestra vida cristiana, en respuesta a la pregunta de Pedro acerca de cuántas veces es necesario perdonar, Jesús dice: «No digo siete veces, sino setenta veces siete veces» (Mt 18, 22).
Luego prosigue narrando la parábola del «siervo despiadado», quien, llamado por su amo a devolver una gran cantidad, le ruega de rodillas misericordia, su amo cancela su deuda, pero entonces conoce a un compañero de servicio que le debe unos centavos y que a su vez le ruega de rodillas misericordia, pero el primer siervo rechaza su petición y lo mete en la cárcel.
Cuando el maestro se entera del asunto, se enoja y, llamando al primer siervo de vuelta a él, le dice: «¿No deberías haber tenido piedad de tu prójimo, como yo tenía compasión de ti?» (Mt 18:33), Jesús concluye: «Así también mi Padre celestial hará a cada uno de ustedes, si no perdonan a su hermano de corazón» (Mt 18, 35).
Esta metáfora contiene una gran enseñanza profunda para todos nosotros, Jesús afirma que la piedad no es sólo una acción del Padre, se transforma en un criterio para establecer quiénes son sus verdaderos hijos, en resumen, estamos convocados a mostrar compasión porque primero se nos ha mostrado misericordia.
La indulgencia se transforma en la expresión más clara del amor compasivo, y para nosotros los cristianos es un imperativo del que no podemos excusarnos, ¡A veces lo difícil que parece perdonar! Y sin embargo, el perdón es la herramienta puesta en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón.
Dejar de hablar de ira, violencia y venganza son situaciones necesarias para vivir con regocijo, por tanto, a la mente la exhortación del Apóstol: «No dejes que el sol se afecte sobre tu ira» (Ef 4, 26), sobre todo, oigamos las palabras de Jesús que hizo de la piedad un ideal de vida y un criterio para la credibilidad de nuestra fe, «Bienaventurados los compasivos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5, 7): la bienaventuranza a la que debemos aspirar particularmente en esto.
Como podemos observar en la Sagrada Escritura, la piedad es una palabra clave que muestra la acción de Dios hacia nosotros, no se restringe a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible, el amor, después de todo, nunca puede ser sólo una abstracción.
Por su propia naturaleza, muestra algo concreto, intenciones, actitudes y comportamientos que se muestran en la vida cotidiana, la clemencia de Dios es su amorosa preocupación por cada uno de nosotros, se siente responsable; es decir, desea nuestro bienestar y quiere vernos felices, llenos de alegría y pacíficos.
Este es el camino que también debe recorrer el amor compasivo de los cristianos, como el Padre ama, también lo hacen sus hijos, así como él es compasivo, así estamos llamados a ser piadosos el uno con el otro.
La clemencia es el cimiento mismo de la vida de la Iglesia, toda su acción pastoral debe estar atrapada en la ternura que hace presente a los creyentes; nada en su predicación y en su testimonio del mundo puede escasear de misericordia, la credibilidad misma de la Iglesia se ve en la forma en que muestra amor misericordioso y compasivo.
La Iglesia «tiene un deseo sin fin de mostrar clemencia», tal vez hace tiempo que hemos olvidado cómo demostrar y vivir el sendero de la compasión, la tentación, por un lado, de centrarnos únicamente en la justicia nos hizo olvidar que este es sólo el primer paso, aunque necesario e indispensable. Pero la Iglesia necesita ir más allá y esforzarse por alcanzar una meta más elevada e importante.
Por otro lado, triste de decir, debemos aceptar que el ejercicio de la compasión está disminuyendo en la cultura más amplia, en algunos casos, la palabra parece haber dejado de utilizarse, sin embargo, sin un testimonio de piedad, la vida se vuelve ineficaz y estéril, como si fuera secuestrada en un desierto estéril.
No olvidemos la gran enseñanza dada por san Juan Pablo II en su segunda encíclica, Inmersiones en Piedad, que en ese momento llegó repentinamente, su tema atrapó a muchos por sorpresa, hay dos pasajes en particular a los que me gustaría hacer referencia.
En primer lugar, san Juan Pablo II subrayó el hecho de que habíamos olvidado el tema de la piedad en el entorno cultural actual, «La mentalidad actual, quizás más que la de las personas en el pasado, parece contraria a un Dios de compasión, y de hecho tiende a sacar de la vida y a eliminar del corazón humano la idea misma de la misericordia.
La palabra y el concepto de «misericordia» parecen producir intranquilidad en el hombre, que, gracias al enorme desarrollo de la ciencia y la tecnología, nunca antes conocido en la historia, se ha transformado en el dueño y señor de la tierra y la ha sometido y dominado (cf. Gn 1, 28).
Este dominio sobre la tierra, a veces entendido de una manera personal y superficial, parece no tener lugar para la compasión. Y por eso, en el contexto de la Iglesia y del mundo actual, muchas personas y grupos regidos por un vivo sentido de fe se están convirtiendo, diría casi espontáneamente, a la clemencia de Dios.
Además, san Juan Pablo II impulsó un noticia más urgente y testimonio de compasión en el mundo moderno, está dictado por el amor al hombre, por todo lo que es humano y que, según las percepciones de muchos de nuestros simultáneos, está amenazado por una inmenso Peligro.
El misterio de Cristo me exige pregonar la piedad como amor piadoso de Dios, manifiesto en ese propio misterio de Cristo, también me obliga a acudir a esa compasión y a suplicar por ella en esta difícil y sátira fase de la historia de la Iglesia y del mundo.
Esta enseñanza es más oportuna que nunca y merece ser retomada una vez más en este Año Santo. Escuchemos una vez más sus palabras:
«La Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la compasión el atributo más excelente del Creador y del Redentor, y cuando acerca a la gente a las fuentes de la piedad del Salvador, de la que es la beneficiaria y dispensadora«.
La Iglesia tiene el compromiso de anunciar la clemencia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que a su forma debe comprender en el corazón y en la mente de cada persona, el Esposo de Cristo debe modelar su comportamiento en honor al Hijo de Dios que salió a todos sin excepción.
En la actualidad, como la Iglesia se encarga de la tarea de la nueva cristianización, el tema de la piedad debe proponerse una y otra vez con nuevo frenesí y renovada acción pastoral, es absolutamente esencial para la Iglesia y para la credibilidad de su mensaje que ella misma viva y testifique de misericordia, su expresión y sus gestos deben transmitir compasión, para tocar el corazón de todas las personas e inspirarlas una vez más a encontrar el sendero que conduce al Padre.
La primera verdad del templo es el amor de Cristo, el templo se hace sirviente de este amor y lo media a todas las personas, un amor que se perdona y se expresa en el don de uno mismo, en consecuencia, donde quiera que el templo esté presente, la piedad del Padre debe ser evidente, en nuestras parroquias, comunidades, asociaciones y movimientos, en una palabra, dondequiera que haya cristianos, todos deben encontrar un oasis de misericordia.
Queremos vivir este Año jubilar a la luz de las palabras del Señor, Compasivo como el Padre, el predicador nos recuerda la enseñanza de Jesús que dice, «Sed misericordiosos así como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36), es un proyecto de vida tan rígido como rico en alegría y paz, el mandato de Jesús está dirigido a todo aquel que esté dispuesto a escuchar su voz (cf. Lc 6, 27).
Por lo tanto, para ser idóneos de la compasión, debemos, ante todo, estar dispuesto a escuchar la Palabra de Dios, y esto significa redescubrir el valor del silencio para meditar en la Palabra que viene a nosotros, de esta manera, será posible contemplar la piedad de Dios y adoptarla como nuestro estilo de vida.
La práctica de la procesión tiene un lugar específico en el Año Santo, porque representa el sedero que cada uno de nosotros hace en esta vida, la vida misma es una procesión, y el ser humano es un peregrino, un peregrino que viaja por el sedero, haciendo su camino al destino deseado, de la misma forma, para llegar a la Puerta Santa en Roma o en cualquier otro lugar del mundo, cada uno, cada uno de acuerdo con su capacidad, tendrá que hacer una peregrinación.
Esto será una señal de que la compasión es también una meta a alcanzar y requiere consagración y sacrificio, que la peregrinación sea un impulso a la conversión, cruzando el límite de la Puerta Santa, encontraremos la fuerza para abrazar la clemencia de Dios y dedicarnos a ser misericordiosos con los demás como el Padre ha estado con nosotros.
El Señor Jesús nos enseña los pasos de la procesión para lograr nuestra meta:
“No juzgues, y no serás juzgado; no condenes, y no serás condenado; Perdona, y serás perdonado; da, y se te dará; buena medida, presionada, agitada, corriendo, se colocará en su regazo. Porque la medida que das será la medida que obtengas” (Lc 6: 37-38).
El Señor nos pide sobre todo que no juzguemos y no condenemos, si alguien quiere impedir el juicio de Dios, no debe hacerse el juez de su hermano o hermana, los seres humanos, siempre que juzgan, no miran más allá de la superficie, mientras que el Padre mira las profundidades del alma.
¡Cuánto daño hacen las palabras cuando están motivadas por sentimientos de celos y envidia! hablar mal de los demás los pone en una mala posición, carcome su reputación y los deja presa de los deseos del chisme, evitar de juzgar y condenar significa, en un sentido positivo, saber cómo aceptar el bien en cada persona y evitarle cualquier angustia que pueda ser causado por nuestro juicio parcial, nuestra presunción de saber todo sobre él.
Pero esto todavía no es suficiente para expresar compasión, Jesús nos pide también que perdonemos y que demos, ser herramienta de piedad porque fuimos nosotros quienes primero recibimos la compasión de Dios, ser espléndido con los demás, sabiendo que Dios derrama su bondad sobre nosotros con inmensa generosidad.
Compasivo como el Padre, por lo tanto, es el «lema» de este Año Santo, en clemencia, encontramos pruebas de cómo Dios nos ama, él se entrega a sí mismo, siempre, libremente, sin pedir nada a cambio, él viene en nuestra ayuda cuando lo llamamos, qué cosa tan hermosa que la Iglesia comience su oración diaria con las palabras: “Oh Dios, ven en mi ayuda. ¡Oh Señor, date prisa para ayudarme” (Sal 70: 2).
La asistencia que solicitamos ya es el primer paso de la compasión de Dios hacia nosotros, él viene a ayudarnos en nuestra debilidad, y su ayuda radica en ayudarnos a aceptar su presencia y cercanía con nosotros, día tras día, tocado por su compasión, también podemos llegar a ser compasivos con los demás.
En este Año Santo, anhelemos con esperanzas la experiencia de abrir nuestros corazones a aquellos que viven al margen de la sociedad, bordes que la sociedad moderna misma crea, ¡Cuántas situaciones inseguras y dolorosas hay en el mundo hoy! ¡Cuántas son las heridas de la carne de los que no tienen voz porque su grito es apagado y ahogado por la indolencia de los ricos!
Durante estas celebraciones, la Iglesia será convocada aún más para sanar estas heridas, para atenuar con el aceite de la consolación, para atarlas con piedad y curarlas con solidaridad y cuidado vigilante.
¡No caigamos en la vergonzosa apatía o en una práctica monótona que nos paraliza en descubrir lo nuevo! ¡Evitemos el cinismo destructivo! ¡Abramos los ojos y observemos la desdicha del mundo, las heridas de nuestros hermanos y hermanas a quienes se les niega su dignidad, y reconozcamos que estamos obligados a prestar atención a su clamor por ayuda!
¡Que podamos acercarnos a ellos y apoyarlos para que puedan percibir el calor de nuestra presencia, nuestra amistad y nuestra fraternidad! ¡Que su lamento se vuelva nuestro, y que juntos tumbemos las barricadas de la indiferencia que con exagerada frecuencia reinan supremas y enmascaran nuestra hipocresía y egoísmo!
Es mi ambición apasionada que, durante este Jubileo, el pueblo cristiano pueda recapacitar sobre las obras de compasión corporales y espirituales, será una forma de despertar nuestra conciencia, que a menudo se vuelve aburrida frente a la pobreza.
Y entremos más intensamente en el corazón del Evangelio, donde los necesitados tienen una experiencia especial de la clemencia de Dios, Jesús nos presenta estas obras de piedad en su predicación para que podamos saber si estamos viviendo o no como sus discípulos.
Redescubramos estas obras físicas de piedad, alimentar a los hambrientos, dar de beber a los sedientos, vestir a los desnudos, dar la bienvenida al extraño, curar a los enfermos, visitar a los encarcelados y enterrar a los muertos.
Y no olvidemos las obras espirituales de compasión, aconsejar a los dudosos, instruir a los ignorantes, amonestar a los pecadores, consolar a los apenados, perdonar las injurias, soportar pacientemente a los que nos enferman y rezar por los vivos y los muertos.
No podemos correr de las palabras del Señor para nosotros, y servirán como criterio sobre el cual seremos juzgados: si hemos alimentado al hambriento y dado de beber al sediento, hemos recibido al extraño y hemos vestido al desnudo o hemos pasado tiempo con los enfermos, y los que están en prisión (cf. Mt 25, 31-45).
Además, se nos preguntará si hemos ayudado a otros a correr de la duda que los lleva a la desesperanza y que a menudo es una fuente de soledad, si hemos ayudado a superar la ignorancia en la que viven millones de personas, especialmente los niños privados de los medios necesarios para liberarlos de los lazos de la pobreza.
Si hemos estado cerca de los solitarios y afligidos, si hemos absuelto a quienes nos han ofendido y han descalificado todas las formas de ira y odio que conducen a la violencia, si hemos tenido la clase de paciencia que Dios muestra, que es tan paciente con nosotros, y si hemos recomendado a nuestros hermanos y hermanas al Señor en oración.
No podemos correr de las palabras del Señor para nosotros, y servirán como criterio sobre el cual seremos juzgados: si hemos alimentado al hambriento y dado de beber al sediento, hemos recibido al extraño y hemos vestido al desnudo o hemos pasado tiempo con los enfermos, y los que están en prisión
En el Evangelio de Lucas, hallamos otros elementos importantes que nos ayudará a vivir el Jubileo con fe, Lucas subraya que Jesús, en sábado, volvió a Nazaret y, como era su hábito, entró en la sinagoga, le pidieron que leyera las Escrituras y que interpretara sobre ellas.
El pasaje era del Libro de Isaías donde está escrito:
“El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque el Señor me ha ungido para traer buenas nuevas a los desolados; él me ha encargado para atar a los quebrantados de corazón, para proclamar la libertad a los cautivos y la libertad a los que están en cautiverio; para proclamar el año del favor del Señor «(Is 61: 1-2).
Un «año del favor del Señor» o «compasión», esto es lo que el Señor anunció y esto es lo que deseamos vivir ahora, este Año Santo traerá a la luz la riqueza de la misión de Jesús que se hizo eco en las palabras del profeta, traer una palabra y un gesto de alivio a los pobres, anunciar la libertad a quienes están sujetos a nuevas formas de sometimiento en la sociedad moderna
A restaurar la vista a aquellos que no pueden ver más porque están atrapados en sí mismos, para restaurar la dignidad a todos aquellos a quienes les han robado, la cometido de Jesús se hace visible una vez más en la respuesta de fe que los cristianos están convocados a ofrecer por su argumento, que las palabras del discípulo nos acompañen, el que hace actos de piedad, que los haga con alegría. (cf. Rom 12:8).
La temporada de Abstinencia durante este año jubilar también se debe vivir más intensamente como un momento predilecto para elogiar y experimentar la compasión de Dios. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura son convenientes para la meditación durante las semanas de Cuaresma para ayudarnos a redescubrir el rostro piadoso del Padre!
Podemos repetir las palabras del elegido Miqueas y hacerlas nuestras, tú, Señor, eres un Dios que quita la maldad y perdona el pecado, que no guarda tu ira para siempre, pero te complace mostrar piedad, tú, Señor, volverás a nosotros y tendrás piedad de tu pueblo, humillarás nuestros pecados y los arrojarás a las profundidades del mar. (cf. 7:18-19).
Las páginas del profeta Isaías también se pueden repasar específicamente durante esta época de oración, ayuno y obras de caridad, «¿No es este el ayuno que elijo: soltar los lazos de la maldad, deshacer las correas del yugo, para dejar ir a los abrumados y romper cada yugo? ¿No es para compartir tu pan con los necesitados y traer a los pobres sin hogar a tu casa?
Cuando ves al desnudo, para cubrirlo y no para esconderte de tu propia carne? luego tu luz brotará como el amanecer, y tu curación brotará rápidamente, tu justicia irá delante de ti, la gloria del Señor será tu retaguardia, luego llamarás, y el Señor responderá; llorarás y él dirá: aquí estoy.
Si quitas del medio de ti el yugo, la punta del dedo y la iniquidad, si te derramas por los necesitados y compensas el deseo de los afligidos, entonces tu luz se elevará en la oscuridad y tu oscuridad será como el medio día. Y el Señor te guiará continuamente, y satisfará tu deseo con cosas buenas, y fortalecerá tus huesos; y serás como un jardín regado, como un manantial de agua, cuyas aguas no fallan (58:6-11).
La decisión de «24 horas para el Señor», que se celebrará el viernes y el sábado anterior a la Cuarta Semana de Cuaresma, debe implementarse en cada diócesis. Muchas personas, incluidos los jóvenes, están volviendo al Sacramento de la Intercesión; A través de esta práctica, están redescubriendo un sendero de regreso al Señor, viviendo un momento de oración intensa y encontrando significado en sus vidas.
Coloquemos el Misterio de la Intercesión en el centro una vez más de tal manera que permita a las personas tocar la grandeza de la compasión de Dios con sus propias manos. Por cada penitente, será una fuente de auténtica paz interior.
Nunca me cansaré de insistir en que los confidentes sean signos auténticos de la compasión del Padre, no nos convertimos en buenos confesores automáticamente. Nos convertimos en buenos confesores cuando, sobre todo, nos permitimos ser penitentes en busca de su piedad.
No olvidemos nunca que ser confidentes significa participar en la misión misma de Jesús de ser un signo concreto de la constancia del amor divino que perdona y salva, nosotros los clérigos hemos recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, y somos garantes de esto, ninguno de nosotros ejercita poder sobre este misterio, más bien, somos fieles servidores de la misericordia de Dios a través de ella.
Todo sacerdote debe admitir a los fieles como el padre en la alegoría del hijo pródigo: un padre que corre a encontrarse con su hijo a pesar del hecho de que ha desperdiciado su herencia, los confidentes están convocados a abrazar al hijo arrepentido que regresa a casa y a expresar la alegría de tenerlo de regreso.
No nos cansemos de ir también al otro hijo que está afuera, incapaz de regocijarse, para explicarle que su juicio es severo, injusto y sin sentido a la luz de la infinita misericordia del padre, que los confidentes no hagan preguntas inservibles, pero al igual que el padre en la parábola, interrumpan el discurso preparado por adelantado por el hijo pródigo, para que los confesores aprendan a aceptar la súplica de ayuda y compasión que brota del corazón de cada penitente.
En resumen, los confidentes están convocados a ser un signo de la primacía de la compasión siempre, en todas partes y en todas las situaciones, pase lo que pase.
Durante la Abstinencia de este Año Santo, tengo el propósito de enviar Predicadores de la Compasión, serán una figura de la solicitud maternal de la Iglesia por el Pueblo de Dios, permitiéndoles entrar en la profunda riqueza de este sacramento tan fundamental para la fe.
Habrá clérigos a quienes concederé la autoridad para perdonar incluso aquellos pecados reservados a la Santa Sede, para que la amplitud de su mandato como confidentes sea aún más clara, serán, sobre todo, signos vivos de la disposición del Padre a dar la bienvenida a aquellos en busca de su perdón.
Serán predicadores de la clemencia porque serán facilitadores de un encuentro efectivamente humano, una fuente de liberación, rica en responsabilidad para superar dificultades y retomar la nueva vida del bautismo, estarán guiados en su misión por las palabras del Apóstol: «Porque Dios ha enviado a todos los hombres a la desobediencia, para que tenga clemencia de todos» (Rom 11:32), todos, de hecho, sin excepción, están convocados a aceptar el llamado a la piedad.
Que estos Predicadores vivan esta convocatoria con la seguridad de que pueden fijar sus ojos en Jesús, «el sumo sacerdote compasivo y fiel al servicio de Dios«. (Heb 2:17).
Les pido a mis hermanos prelados que inviten y den la bienvenida a estos predicadores para que puedan ser, sobre todo, predicadores persuasivos de la compasión, que las diócesis individuales organicen «misiones al pueblo» de tal manera que estos Predicadores puedan ser mensajeros de alegría y perdón.
Se les pide a los obispos que celebren el Misterio de la Reconciliación con su pueblo para que el tiempo de gracia hecho posible por el año del Jubileo haga posible que muchos de los hijos e hijas de Dios comiencen nuevamente el viaje a la casa del Padre, que los pastores, principalmente durante la temporada litúrgica de la Abstinencia, sean diligentes en llamar a los fieles «al trono de la gracia, para que podamos recibir misericordia y encontrar la gracia». (Heb 4:16).
Que el mensaje de compasión llegue a todos, y que nadie sea impasible al llamado de experimentar compasión, dirijo esta invitación a la conversión aún más ardientemente a aquellos cuyo comportamiento los aleja de la gracia de Dios, en específico, tengo en mente a hombres y mujeres que pertenecen a organizaciones criminales de cualquier tipo.
Por su propio bien, les suplico que cambien sus vidas, les pregunto esto en nombre del Hijo de Dios que, aunque rechazó el pecado, nunca rechazó al pecador, no caigas en el terrible engaño de pensar que la vida depende del dinero y que, en comparación con el dinero, cualquier otra cosa carece de valor o dignidad, ¡Esto no es más que una ilusión! No podemos llevar dinero con nosotros a la vida más allá.
El dinero no nos trae felicidad, la violencia infligida por acumular riquezas empapadas en sangre no hace que uno sea poderoso ni inmortal, todos, tarde o temprano, estarán sujetos al juicio de Dios, del cual nadie puede escapar.
La misma invitación se amplía a quienes perpetran o participan en la corrupción, está herida supurante es un pecado grave que clama venganza al cielo, porque amenaza los principios de la vida personal y social, la corrupción nos impide mirar al futuro con esperanza, porque su codicia tiránica destruye los planes de los débiles y pisotea a los más pobres.
Es un mal que se incrusta en los ejercicios de la vida diaria y se propaga, causando un gran escándalo público, la corrupción es un endurecimiento pecaminoso del corazón que releva a Dios con la ilusión de que el dinero es una forma de poder, es una obra de oscuridad, alimentada por la sospecha y la intriga.
Corruptio optimi pessima, dijo san Gregorio Magno con razón, aseverando que nadie puede considerarse inmune a esta estímulo, si queremos expulsarlo de la vida personal y social, necesitamos prudencia, vigilancia, lealtad, transparencia, junto con el coraje de denunciar cualquier irregularidad.
Si no se combate claramente, tarde o temprano todos se convertirán en cómplices y terminarán destruyendo nuestra propia existencia, ¡Este es el momento oportuno para cambiar nuestras vidas! ¡Este es el momento de permitir que nuestros corazones sean tocados! Cuando se enfrentan a actos malvados, incluso frente a crímenes graves, es el momento de escuchar el grito de personas inocentes que se ven privadas de sus propiedades, su dignidad, sus sentimientos e incluso sus propias vidas.
Mantenerse en el camino del mal solo dejará a uno engañado y triste, la verdadera vida es algo completamente diferente, Dios nunca se cansa de acercarse a nosotros, Él siempre está listo para escuchar, como yo también, junto con mis hermanos arzobispos y sacerdotes, todo lo que hay que hacer es aceptar la invitación a la transformación y someterse a la justicia durante este tiempo especial de misericordia ofrecido por la Iglesia.
No estaría fuera de lugar en este punto recordar la relación entre justicia y compasión, estas no son dos situaciones opuestas, sino dos dimensiones de una sola realidad que se desarrolla gradualmente hasta que culmina en la plenitud del amor, la justicia es un concepto fundamental para la sociedad civil, que debe regirse por el estado de derecho.
La justicia también se entiende como lo que se debe con razón a cada individuo, en la Biblia, hay muchas reseñas a la justicia divina y a Dios como «juez», en estos pasajes, la justicia se entiende como la plena observancia de la Ley y el comportamiento de todo buen israelita de conformidad con los mandamientos de Dios.
Tal visión, sin embargo, no ha llevado con poca frecuencia al legalismo al distorsionar el significado original de la justicia y oscurecer su profundo valor, para superar esta perspectiva legalista, debemos recordar que en la Sagrada Escritura, la justicia se concibe esencialmente como el abandono fiel de uno mismo a la voluntad de Dios.
Por su parte, Jesús habla varias veces de la importancia de la fe más allá del cumplimiento de la ley, es en este sentido que debemos entender sus palabras cuando, recostado en la mesa con Matthew y otros recaudadores de impuestos y pecadores, les dice a los fariseos que le hacen objeciones, «Ve y aprende el significado de» Deseo compasión, no sacrificio”.
No he venido a convocar a justos, sino a pecadores (Mt 9,13), frente a una mirada de justicia como la mero cumplimiento de la ley que juzga a las personas simplemente dividiéndolas en dos grupos, los justos y los pecadores, Jesús está empeñado en revelar el gran don de la piedad que busca a los pecadores y les ofrece perdón y salvación.
Uno puede ver por qué, sobre la base de una visión tan liberadora de la compasión como fuente de vida nueva, Jesús fue rechazado por los fariseos y los otros maestros de la ley, en un intento de permanecer fieles a la ley, simplemente colocaron cargas sobre los hombros de los demás y minaron la compasión del Padre, la apelación a un cumplimiento fiel de la ley no debe evitar que se preste atención a asuntos que afectan la dignidad de la persona.
La invitación que Jesús hace al libro del profeta Oseas «Deseo amor y no sacrificio» (6: 6) es importante a este respecto, Jesús asevera que, desde ese momento en adelante, la regla de vida para sus discípulos debe colocar la compasión en el centro, como lo demostró Jesús al compartir comidas con los pecadores, la piedad, una vez más, se revela como un aspecto fundamental de la misión de Jesús.
Esto es realmente un desafío para sus oyentes, quienes trazarían la línea con un respeto formal por la ley, Jesús, por otro lado, va más allá de la ley, la compañía que mantiene con aquellos que la ley considera pecadores nos hace darnos cuenta de la profundidad de su piedad.
El apóstol Pablo hace un viaje similar, antes de encontrarse con Jesús en el sendero a Damasco, dedicó su vida a perseguir la justicia de la ley con celo (cf. Fil 3, 6), su conversión a Cristo lo llevó a cambiar esa visión, hasta el punto de que escribiría a los Gálatas: «Hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, porque por obras de la ley nadie será justificado» (2:16).
El entendimiento de la justicia por parte de Paul cambia radicalmente, ahora coloca la fe primero, no la justicia, la salvación viene no por la cumplimiento de la ley, sino por la fe en Jesucristo, quien en su muerte y resurrección une la salvación con una piedad que justifica, la justicia de Dios ahora se convierte en la fuerza liberadora para aquellos oprimidos por la esclavitud del pecado y sus consecuencias, la justicia de Dios es su piedad. (cf. Ps 51:11-16).
La clemencia no se opone a la justicia, sino que enuncia la manera en que Dios se acerca al pecador, brindándole una nueva oportunidad de verse a sí mismo, transformarse y creer, la experiencia del profeta Oseas puede ayudarnos a ver la forma en que la misericordia supera a la justicia.
El tiempo en que vivió el profeta fue una de las más trágicas en la historia del pueblo judío, el reino vacilaba al borde de la destrucción, el pueblo no se había mantenido fiel al pacto, se habían alejado de Dios y habían perdido la fe de sus antepasados, según la lógica humana, parece razonable que Dios piense en rechazar a un pueblo infiel, no habían mantenido su pacto con Dios y, por lo tanto, merecían un castigo justo: en otras palabras, el exilio.
Las palabras del profeta lo atestiguan, «No volverán a la tierra de Egipto, y Asiria será su rey, porque se negaron a volver a mí» (Oseas 11: 5), y sin embargo, luego de esta solicitud de justicia, el profeta cambia drásticamente su discurso y revela el verdadero rostro de Dios, “¡Cómo puedes darte por vencido, oh Efraín! ¿Cómo puedo entregarte, oh Israel? ¿Cómo puedo hacer que te guste Admah? ¿Cómo puedo tratarte como Zeboiim? Mi corazón retrocede dentro de mí, mi compasión se vuelve cálida y tierna«.
«No ejecutaré mi ira feroz, no volveré a destruir a Efraín; porque yo soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti, y no vendré a destruir” (11: 8-9). San Agustín, casi como si estuviera comentando estas palabras del profeta, dice: «Es más fácil para Dios contener la ira que la piedad». Y así es. La ira de Dios dura solo un momento, su piedad para siempre.
Si Dios se restringiera solo a la justicia, no sería Dios y, en cambio, sería como los seres humanos que solo piden que se respete la ley, pero la pura justicia no es suficiente, la experiencia muestra que un recurso de justicia solo resultará en su destrucción, es por eso que Dios va más allá de la justicia con su piedad y perdón.
Sin embargo, esto no quiere decir que la justicia deba devaluarse o hacerse superflua, por el contrario, cualquiera que cometa un error debe pagar el precio, sin embargo, esto es solo el comienzo de la transformación, no su final, porque uno comienza a sentir la ternura y la compasión de Dios, Dios no niega la justicia.
Más bien lo envuelve y lo supera con un evento aún mayor en el que experimentamos el amor como la base de la verdadera justicia, debemos prestar mucha atención a lo que dice San Pablo si queremos evitar cometer el mismo error por el cual reprocha a los judíos de su tiempo, “Porque, al ignorar la justicia que proviene de Dios y buscar establecer la suya propia, ellos no se sometió a la justicia de Dios«.
«Porque Cristo es el fin de la ley, para que todo el que tenga fe sea justificado” (Rom 10: 3-4), la justicia de Dios es su piedad dada a todos como una gracia que fluye de la muerte y resurrección de Jesucristo, así, la Cruz de Cristo es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo entero, porque a través de él nos ofrece la certeza del amor y la vida nueva.
Un Festividad también implica la aprobación de tolerancias, esta práctica adquirirá un significado aún más significativo en el Año Santo de la Piedad, el perdón de Dios no conoce límites, en la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace aún más evidente su amor y su poder para destruir todo pecado humano.
La reconciliación con Dios es posible por medio del enigma pascual y la intervención de la Iglesia, por lo tanto, Dios siempre está listo para absolver, y nunca se cansa de perdonar en formas que son perennemente nuevas y sorprendentes, sin embargo, todos conocemos bien la experiencia del pecado.
Sabemos que estamos convocado a la perfección (cf. Mt 5:48), sin embargo, sentimos la pesada carga del pecado, aunque sentimos el poder convertidor de la gracia, también apreciamos los efectos del pecado típicos de nuestro estado caído, a pesar de ser perdonados, las consecuencias conflictivas de nuestros pecados permanecen.
En el Misterio de la Reconciliación, Dios perdona nuestros pecados, que realmente borra; y, sin embargo, el pecado deja un efecto negativo en la manera en que pensamos y actuamos, pero la clemencia de Dios es más fuerte incluso que esto, e convierte en indulgencia por parte del Padre que, a través de la Novia de Cristo, su Iglesia, llega al pecador perdonado y lo libera de todo resto por las consecuencias del pecado, permitiéndole actuar con caridad, crecer en amor en lugar de caer de nuevo en el pecado.
La Iglesia vive dentro de la unión de los santos, en la Comunión, esta comunión, que es un obsequio de Dios, se convierte en una unión espiritual que nos une a los santos y benditos cuyo número es incalculable (cf. Apoc. 7: 4). Su santidad viene en ayuda de nuestro agotamiento de una forma que permite a la Iglesia, con sus oraciones maternas y su manera de vida, fortalecer la debilidad de algunos con la fuerza de otros.
Por lo tanto, vivir la tolerancia del Año Santo significa acercarse a la compasión del Padre con la convicción de que su perdón se extiende a toda la vida del creyente, ganarse una indulgencia es experimentar la santidad del Templo, que otorga todos los frutos de la redención de Cristo, para que el amor y el perdón de Dios se extiendan a todas partes, vivamos esta celebración intensamente, rogándole al Padre que perdone nuestros pecados y nos bañe en su compasión «indulgencia».
Hay un elemento de la compasión que va más allá de los límites de la Iglesia, nos vincula con el judaísmo y el islam, los cuales piensan en la piedad como uno de los atributos más importantes de Dios, Israel fue el primero en recibir esta manifestación que continúa en la historia como la fuente de una riqueza inagotable destinada a ser compartida con toda la humanidad.
Como hemos visto, las páginas del Viejo Testamento están llenas de piedad, porque cuentan las obras que el Señor realizó a favor de su pueblo en los momentos más críticos de su historia, entre los nombres privilegiados que el Islam atribuye al Creador se encuentran «Misericordioso y amable», esta invocación a menudo está en boca de fieles musulmanes que se sienten acompañados y sostenidos por la compasión en su debilidad diaria.
Ellos también piensan que nadie puede poner fronteras a la compasión divina porque sus portones siempre están abiertos, confío en que este año jubilar que celebra la piedad de Dios fomentará un encuentro con estas religiones y con otras nobles tradiciones religiosas, que nos abra a un diálogo aún más apasionado para que podamos conocernos y entendernos mejor, que aparte toda forma de mentalidad cerrada y falta de respeto, y elimine toda forma de violencia y discriminación.
Mis pensamientos ahora se vuelven hacia la Madre de la Piedad, que la dulzura de su semblante nos cuide en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la satisfacción de la ternura de Dios, nadie ha entrado en el profundo misterio de la encarnación como María, toda su vida fue modelada después de la presencia de la piedad hecha carne.
La Madre del Crucificado y Resucitado ha entrado en el santuario de la divina compasión porque participó íntimamente en el misterio de su amor, elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, María, desde el principio, fue preparada por el amor de Dios, ser el arca del pacto entre Dios y el hombre, ella atesoraba la piedad divina en su corazón en perfecta armonía con su Hijo Jesús.
Su himno de alabanza, cantado en el umbral de la casa de Isabel, se dedicó a la piedad de Dios que se extiende de «generación en generación» (Lc 1:50), nosotros también fuimos incluidos en esas palabras proféticas de la Virgen María, esto será una fuente de consuelo y fortaleza para nosotros cuando crucemos el umbral del Año Santo para experimentar los frutos de la divina piedad.
Al pie de la cruz, María, junto con Juan, el discípulo del amor, fueron testigos de las palabras de perdón pronunciadas por Jesús, esta suprema expresión de compasión hacia aquellos que lo crucificaron nos muestra el punto al que puede llegar la piedad de Dios, María da fe de que la compasión del Hijo de Dios no conoce límites y se extiende a todos, sin excepción.
Dirijámonos a ella en las palabras de Salve Regina, una oración siempre antigua y siempre nueva, para que jamás se fastidie de volver sus ojos compasivos sobre nosotros y hacernos dignos de contemplar el rostro de la piedad, su Hijo Jesús.
Nuestra oración también se extiende a los santos y benditos que hicieron de la piedad divina su misión en la vida, pienso principalmente en el gran apóstol de la compasión, Santa Faustina Kowalska, ella, quien fue llamada a entrar en las profundidades de la compasión divina, interceda por nosotros y obtenga para nosotros la gracia de vivir y caminar siempre de acuerdo con la misericordia de Dios y con una confianza inquebrantable en su amor…
Presento, por lo tanto, este Año Jubilar Extraordinario dedicado a vivir en nuestra vida diaria la piedad que el Padre nos extiende constantemente a todos, en este año jubilar, permitamos que Dios nos sorprenda, nunca se cansa de abrir las puertas de su corazón y de repetir que nos ama y quiere compartir su amor con nosotros.
La Iglesia siente la urgente necesidad de proclamar la compasión de Dios, su vida es legítima y creíble solo cuando se convierte en un enviado convincente de la piedad, ella sabe que su tarea principal, principalmente en un momento lleno de grandes esperanzas y signos de contradicción, es presentarles a todos el gran misterio de la misericordia de Dios al contemplar el rostro de Cristo.
El templo está convocado sobre todo a ser un testigo creíble de la compasión, profesándola y viviéndola como el núcleo de la revelación de Jesucristo, desde el corazón de la Trinidad, desde las profundidades del misterio de Dios, el gran río de la misericordia brota y se desborda sin cesar, es una primavera que nunca se secará, sin importar cuántas personas saquen de ella, cada vez que alguien lo necesita, puede acercarse a él, porque la compasión de Dios es interminable.
La profundidad del misterio que lo rodea es tan interminable como la riqueza que surge de él, en este año jubilar, que la Iglesia haga resonancia de la palabra de Dios que resuena fuerte y clara como un mensaje y una señal de perdón, fortaleza, ayuda y amor, que nunca se canse de extender misericordia y que sea paciente al ofrecer compasión y consuelo.
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