Las virtudes humanas son aquellas actitudes o disposiciones firmes que nos ayudan a regular nuestras actuaciones y nos permiten llevar una vida moralmente buena, según la sociedad en la que uno se desenvuelve. En este post aprenderás de qué se tratan.
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Virtudes humanas
Las virtudes humanas, también denominadas virtudes morales, son aquellas posturas que adoptamos ante una persona o situación, según nuestra preparación y esfuerzo, las cuales nos proporcionan la habilidad, el dominio y el disfrute de poder conducirnos en la vida de manera moralmente acorde con la sociedad en la que vivimos.
Introducción
Partiendo de la definición de virtud, que es la disposición habitual para hacer el bien, podemos entonces señalar que las virtudes humanas están representadas en las distintas actitudes que asumimos los humanos al momento de actuar o reaccionar ante cada una de las situaciones o personas ante las que a diario nos enfrentamos.
Gracias a ellas regulamos nuestras emociones y orientamos nuestra conducta, todo ello según la razón y la fe, lo cual nos hace ser seres virtuosos. Relacionado a esto también te recomendamos conocer sobre los actos humanos, los cuales estan sumamente relacionados a las virtudes.
Las virtudes se van fortaleciendo mediante el esfuerzo personal, según las vivencias de cada momento de nuestra vida.
Se pueden caracterizar a las virtudes humanas mediante el uso adjetivos calificativos positivos del lenguaje con el cual identificamos a las personas.
¿Qué es la virtud?
Como ya hemos señalado, la virtud es una disposición habitual y firme que nos lleva a hacer el bien. Es también un buen hábito que hace que una persona pueda hacer el bien de una manera fácil y gratificante.
De allí que con propiedad se pueda decir que una virtud constituye el capital moral con el que contamos para poder conducirnos con bien por la vida.
Gracias a las virtudes, sabemos cómo comportarnos debidamente ante cualquier circunstancia o, en otras palabras, hacer el bien en el sentido más verdadero y completo.
Sabemos que nadie nace bueno o malo. Esas cualidades se van formando con el transcurrir de la vida según las experiencias que nos toque vivir, así como también la preparación que tengamos y el esfuerzo que ejerzamos para ser virtuosos.
Con ello lo que se quiere decir es que no hay otra posibilidad mas que eligir ser bueno o elegir ser malo, lo que implica que: o adquirimos las virtudes o nos dejamos dominar por los vicios y defectos.
Así por ejemplo una persona que se ha dejado envolver por la adicción al cigarrillo, alcohol o las drogas, o también si es de conducta desordenada en todos los aspectos de su vida, está siendo dominada por ese vicio o defecto, que la esclaviza y la hace actuar en función de él.
Caso contrario de una persona virtuosa que es verdaderamente libre, madura, dueña de sus propias acciones.
Al respecto, en la Biblia, Mateo en el capítulo 5, versículo 48 nos habla que debemos ser virtuosos siguiendo lo que Dios nos enseñó:
Con lo cual nos quiere decir que debemos ser buenos y para ello debemos hacer lo que hizo el Santo Padre.
Como características de la virtud podemos señalar que ella es:
- Excelencia moral
- Poder
- Integridad
- Castidad o pureza
- Fuerza
- Sabiduría, pues permite saber cómo llegar a las metas sin perjudicar a nadie
- Saber resolver cualquier problema
- Modo de vida
- Ayuda para transformar las situaciones difíciles en circunstancias a nuestro favor
De allí que se pueda aseverar que una persona virtuosa posee muchas cualidades, que a diario pone en práctica y que para lograr ser una persona virtuosa se requiere día a día luchar por adquirir ese hábito bueno que hace al hombre capaz de cumplir el bien.
Son, pues, cualidades positivas, buenas y sensitivas que debemos ejercer diariamente, oponiéndose a los vicios.
Se ha hecho una distinción básica para diferenciar entre las virtudes adquiridas, producto del esfuerzo mediante la repetición de acciones buenas, y las virtudes infusas, que son las que nos han sido concedidas como don de Dios junto con la gracia santificante. Veamos.
Tipos de virtudes
Existen dos tipos de virtudes: Teologales y humanas o morales. Se describen a continuación cada una de ellas.
Virtudes teologales
Las virtudes teologales proporcionan las gracias divinas que recibimos desde el mismo bautismo. Son tres: la fe, la esperanza y la caridad.
Fe
Es la virtud por la cual creemos en Dios, en todo lo que Él nos ha revelado y que la Santa Iglesia nos enseña como objeto de fe.
Esperanza
Gracias a ella deseamos y esperamos de Dios, con absoluta confianza, la vida eterna y las gracias para merecerla, tal como lo prometió Dios.
Caridad
Por medio de esta virtud manifestamos nuestro amor a Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es el amor filial y fraterno mandado por Cristo.
- Es también referida como el amor que hay que tener tanto a Dios como al prójimo. Son una misma cosa, pues uno depende del otro.
- Así que amamos al prójimo cuando amamos a Dios.
- Es una virtud que en esta vida es perfecta, ya que excluye el pecado mortal, el venial deliberado y todo lo que puede impedir amar verdaderamente a Dios.
- Va dirigida ante todo a Dios y después a nosotros mismos y a nuestro prójimo. En otras palabras, a todos los hombres indistintamente, como también a los ángeles del cielo.
- La caridad se pierde cuando se comete cualquier pecado mortal.
- Se puede recobrar solo con el sacramento de la Penitencia o Confesión, o también con un acto de constricción perfecta unido al propósito de confesarse.
Las características principales de esta importante virtud de la caridad:
- Se origina por infusión divina:
- Según Romanos 5,5 es:
- Es el hábito adquirido de amar a Dios en el orden natural.
- Según los teólogos es infundida junto con la gracia santificante, por lo que está muy relacionada con la identidad real con una especie de una emanación connatural.
- Reside en la voluntad humana, aun cuando es intensamente emocional y frecuentemente reacciona sobre nuestras facultades sensoriales.
- Se manifiesta por el amor de benevolencia y amistad.
- Es amar a Dios haciéndolo todo honor, gloria y todo bien y debemos esforzarnos de obtenerlo para Él.
- San Juan en el capítulo 14, versículo 23; y en el 15, versículo 14, destaca el rasgo de reciprocidad de la caridad de ser una auténtica amistad del hombre con Dios.
- Su motivación; es decir, la bondad Divina o amabilidad es tomada como dada a conocer a nosotros por la fe.
- Se hace una distinción de los dos amores: concupiscencia, que da esperanza; y benevolencia, que estimula la caridad. No son forzadas a un tipo de exclusión mutua, de acuerdo con la Iglesia que condena el desacreditar las obras de la esperanza cristiana.
- Su alcance llega tanto a Dios como al hombre. Por lo tanto, concluye en ambos, en Dios principalmente y en el hombre secundariamente.
- No hay consenso entre los teólogos en cuanto a la forma y grado de influencia que la caridad ejerce sobre nuestras acciones virtuosas, para hacerlas meritorias del cielo. Algunos teólogos dicen que se requiere sólo el estado de gracia, o caridad habitual. Pero otros sostienen que se necesita la más o menos frecuente renovación de los distintos actos de amor divino.
- Santo Tomás resalta que hay tres etapas principales: 1) liberarse del pecado mortal resistiendo la tentación, 2) evadir los pecados veniales deliberados practicando la virtud y 3) unión con Dios reiterando frecuentemente los actos de amor.
Puedes conocer mucho más sobre esta virtud en nuestro artículo: Caridad.
Virtudes humanas
Tal como se señaló son las disposiciones estables de entendimiento y voluntad mediante las cuales podemos regular nuestros actos, ordenar nuestras pasiones y guiar nuestra conducta según la razón y la fe.
Son muchas, pero se han agrupado en cuatro principales, a las que se les ha denominado virtudes cardinales.
Distinción de las virtudes cardinales
Estas cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental, es por ello que se les denomina cardinales, y todas las demás se agrupan en torno a ellas. Las virtudes cardinales son: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
Son el fruto del esfuerzo y son reconocidas en diversos episodios de la Escritura. Veamos cada una de ellas.
Prudencia
Nos brinda la razón práctica para poder discernir, en todo momento, nuestro verdadero bien y saber elegir los medios justos para realizarlo.
- Permite ser cautos al actuar.
- Para santo Tomás de Aquino, es la regla recta de la acción.
- Conduce a las otras virtudes indicándoles la medida.
- Guía directamente el juicio de conciencia.
- Gracias a esta virtud es posible emplear los principios morales en casos particulares, superando las dudas lo bueno que debemos hacer y lo malo que debemos evitar.
Justicia
Consiste en la sólida y continua voluntad de ofrendar a Dios y al prójimo lo que les es debido.
- Para Dios la justicia es la virtud de la religión y para los hombres es respetar los derechos de cada quien, estableciendo relaciones humanas armoniosas que promuevan la equidad respecto a las personas y al bien común.
- En la Biblia se habla del hombre justo que se distingue por su rectitud habitual de pensamientos y conducta con sus semejantes.
Fortaleza
Nos provee la firmeza y la constancia para practicar el bien, aun si se está en dificultades.
- Asegura tener la firmeza y la constancia en situaciones difíciles, buscando el bien.
- Consolida la resistencia a las tentaciones, superando los obstáculos en la vida moral.
- Permite vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones.
- Nos forma para llegar hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa.
Templanza
Modera la atracción hacia los placeres sensibles y nos proporciona moderación al usar los bienes creados.
- Busca el equilibrio al usar los bienes creados.
- Garantiza el control de la voluntad sobre los instintos
- Mantiene los deseos dentro de lo que es honesto.
- Orienta los apetitos sensibles hacia lo que es bueno.
- No se deja arrastrar por las pasiones.
- La templanza se menciona en el Antiguo Testamento con la frase: ‘No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena’.
- En el Nuevo Testamento se le llama ‘moderación o ‘sobriedad’ y nos dice que hay que ‘vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo presente’.
Las virtudes y la gracia
Las virtudes humanas, que obtenemos mediante la educación, mantenidas por el esfuerzo, son elevadas por la gracia divina. Así, con la ayuda de Dios forjamos el carácter para permitirnos hacer el bien, con lo cual el hombre virtuoso se siente feliz al llevarlas a cabo.
Cuando hay pecado, resulta difícil tener el equilibrio moral necesario. No obstante por el don de la salvación que nos dio Cristo, se nos concede la gracia requerida para mantenernos en la búsqueda de las virtudes.
Debemos, por lo tanto: pedir siempre esta gracia de luz, acudir a los sacramentos, contribuir con el Espíritu Santo, seguir en nuestro camino de amar el bien y evitar el mal.
Ahora bien, también los grandes filósofos de la Antigua Grecia estudiaron y profundizaron acerca del tema de las virtudes y presentaron su opinión en diversos escritos y tratados a fin de orientar a los seres humanos sobre como practicarlas.
Platón afirmaba que los individuos contamos con tres grandes herramientas que nos ayudan a interactuar: el intelecto, la voluntad y la emoción y cada una de requiere del despliegue de virtud; a saber:
- La sabiduría, que facilita el poder conocer cuáles son las acciones correctas, cómo y cuándo efectuarlas.
- El valor nos ayuda a ejecutar dichas virtudes, a pesar de los riesgos que ellas implican y defender nuestras posiciones.
- El autocontrol, que permite saber cómo interactuar con las personas y las situaciones adversas cuando se esté llevando a cabo lo que hay que hacer para alcanzar los objetivos.
Sócrates identificaba la virtud con el conocimiento y, de acuerdo con ello decía que no se podía hacer lo justo si no se lo conocía.
- A su vez también señaló que era imposible no hacer lo justo cuando ya se lo conocía.
- Según él, lo único que hacía falta para hacer virtuosa a una persona era enseñarle en qué consistía la virtud verdadera.
- Nos decía que la virtud nos permitiría resolver las situaciones que presentasen y con ella podríamos distinguir entre el final, el mal, el bien y lo irrespetuoso.
- También decía que la virtud se podía conseguir a través de la educación basada en nuestra moral y en nuestra vida cotidiana.
- Hablaba del intelectualismo moral, fundamentado en que la sabiduría se basaba en la ética.
- Así, que si alguien era buena persona automáticamente sería sabio, porque el sabio veía de lejos el mal y se apartaba.
- Opinaba, también que la virtud ayudaba a conseguir el bien gracias a los razonamientos y la filosofía.
Para conocer acerca de razonamientos filosóficos y religiosos podemos acudir a Moisés.
Los estoicos aseveraban que la virtud era la forma de actuar siempre según la naturaleza, la cual, refiriéndose al ser humano como ser racional, estaba identificaba con el actuar siempre siguiendo la razón.
- Por ello se debía evitar en todo momento dejarse dominar por los afectos o pasiones, pues es la parte irracional que tenemos, que no podemos controlar. Es por ello importante evitarlos.
- Consideraban que la virtud, como facultad activa, era el bien supremo.
También el famoso filósofo Aristóteles planteó el tema de las virtudes, las cuales, a su parecer, las clasificó en:
- Virtudes dianoéticas o intelectuales:
- Propias del intelecto teórico:Inteligencia, ciencia, sabiduría
- Propias del intelecto práctico:Prudencia, arte o técnica, discreción, perspicacia, buen consejo
- Virtudes éticas o del carácter:
- Propias del autodominio: Fortaleza o coraje, templanza o moderación, pudor
- Propias de las relaciones humanas:Justicia, generosidad o liberalidad, amabilidad, veracidad, buen humor, afabilidad o dulzura, magnificencia, magnanimidad.
Dones Espíritu Santo
La Iglesia cristiana también nos ofrenda con los dones del Espíritu Santo que son esas habilidades especiales que provienen del Dios Padre.
Cada uno de los cristianos tenemos al menos uno de esos dones que Dios nos regala y que el Espíritu Santo los distribuye y con los cuales contribuimos a la consolidación de la Iglesia. Así se señala en la primera carta a los Corintios en el capítulo 12, versículo 11:
«Todo esto lo hace un mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo determina».
Pero es posible, de acuerdo con la Biblia, obtener la bendición de otros dones, por lo que podemos pedirlos al Espíritu Santo.
Están relacionados con la virtud de la caridad, por lo que debemos usarlos para bendecirnos entre hermanos y ayudarnos los unos a los otros.
Como sabemos, la caridad, también referida como el amor, es la tercera de las virtudes teologales y la más importante según san Pablo en la primera carta a los Corintios, capítulo 13, versículo 13.
Se define, entonces, como el hábito que nos infunde Dios y mediante el cual el hombre por voluntad ama a Dios por sobre todas las cosas y al hombre por el amor a Dios.
Ahora bien, los dones del Espíritu Santo son siete y están presentes en quien posee caridad y pueden ser tan intensos como la caridad misma. Ellos son:
- Sabiduría: nos ayuda a entender lo que favorece o perjudica al proyecto de Dios. Es la gracia de poder ver el mundo, las situaciones, las ocasiones, los problemas, cada cosa con los ojos de Dios.
- Inteligencia o entendimiento: ilumina nuestra mente para aceptar las verdades reveladas por Dios. Está relacionado con la fe, haciéndonos crecer día a día en la comprensión de lo que el Señor ha dicho y ha realizado.
- Consejo: nos permite discernir los caminos y las opciones en nuestra vida, orientando nuestros pensamientos, sentimientos e intenciones según el corazón de Dios.
- Fortaleza: nos hace valientes para enfrentar las dificultades de la vida cristiana. Nos da las fuerzas para llevar adelante la vida, la familia, el trabajo y las relaciones con el prójimo.
- Ciencia: gracias a ella podemos ver la belleza y la utilidad de cada cosa creada. Es el don de la ciencia de Dios, no la del mundo.
- Piedad: nos permite estar abiertos a la voluntad de Dios, actuando como Jesús.
- Nos muestra nuestra pertenencia y vínculo con Dios, lo cual da sentido a toda nuestra existencia y nos mantiene firmes, en comunión con Él, incluso en los momentos difíciles.
- Se trata de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios.
- Temor de Dios: nos mantiene en el debido respeto frente a Dios y sumisión a su voluntad.
- Nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que debemos abandonarnos en su bondad con humildad para nuestro bien.
Por otra parte, la Iglesia también nos provee de otro tipo de virtudes y que nos vienen de las llamadas bienaventuranzas, que son tratadas en detalle en ¿Cuáles son las obras de misericordia?.
Se refieren a aquellas manifestaciones de amor y fe de una persona, tal cual fueron proclamadas por Jesús en el sermón de la montaña, según se desprende de los escritos de Mateo en 5, 3-10. Estas bienaventuranzas son:
- Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
- Bienaventurados los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
- Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
- Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.
- Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
- Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
- Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios.
- Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque ellos es el Reino de los cielos.
Utilidad de las virtudes
Todas las virtudes morales, incluyendo, por supuesto, las cardinales, sirven de mucho para calmar al espíritu y hacernos más compasivos ante las necesidades de nuestros hermanos. Así también ellas nos ayudan a llevar a cabo nuestro cometido con respecto al bien que, como hijos de Dios, debemos hacer de manera rápida, oportuna, con naturalidad y con alegría.
Ahora bien, ¿es posible hacer el bien sin tener virtudes? Al respecto, hay que decir categóricamente que sin virtudes, tal vez se pueda realizar alguna que otra buena acción, pero para ello las mismas requerirán de mucho esfuerzo, generando gran cansancio y fatiga en la persona.
Además, se debe acotar que es necesario tener la creencia en todas las verdades reveladas por Dios, pues han sido propuestas infaliblemente por el Magisterio de la Iglesia. De lo contrario, no se podría decir de la persona que sea católico.
Muchos se preguntan sobre si es posible volver a ser un creyente católico, si se ha cometido falta grave a la Iglesia. Al respecto, los estudiosos de la materia señalan que ciertamente se puede recobrar la fe perdida y con ello volver a ser creyente católico. Pero, para ello es esencial arrepentirse realmente de corazón del pecado cometido y creer nuevamente y seguir a cabalidad todo lo que la Iglesia enseña.
No obstante, es igualmente propicio decir que es necesario que el que ha renegado expresamente de la fe, debe también solicitar a la autoridad correspondiente la absolución de la excomunión, que se recibió por el pecado incurrido.
Al respecto, es oportuno mencionar que la caridad prevé la permanencia y admisibilidad en la fe, tal como lo dice Juan en su primera carta, capítulo 3, versículo 6:
«Todo el que permanece en Él, no peca».
Aun cuando ello no implica una garantía absoluta de la posibilidad de que se pudiera perder. Esto es porque ese atributo infundido no se disminuye por el pecado venial, pero una falta grave si puede destruirla, acabando con la unión y amistad de Dios con el hombre.
Se espera que la persona se manifieste dispuesta a recobrarla y pueda pasar de su vida natural a la divina, como lo dice Mateo en el capítulo 5, versículo 48, que dice que debemos ser perfectos como el Padre Celestial.
Con ello se nos está indicando que al hombre se le está dotando y puede contar también con virtudes intermedias, que son de tipo social (humanas) y ejemplar (divinas).
Estas llamadas virtudes intermedias contemplan dos niveles de perfección; a saber:
- Las menores en el alma que buscan pasar del pecado hacia la semejanza de Dios y se caracterizan por ser virtudes purificadoras.
- Las mayores que están ya ubicadas en el alma en estrecha semejanza con Dios, son las almas purificadas.
Ahora bien, entre las virtudes menores podemos señalar lo que nos muestran las virtudes cardinales al relacionarlas con ellas. Así tenemos a la prudencia que nos facilita el poder ponerlas en práctica, para lo cual se nos exige observar las cosas divinas, orientándose hacia el pensamiento solo para Dios y alejándose de las cosas terrenales.
Luego, encontramos a la templanza que nos incita a abandonar lo requerido por esas necesidades corporales y avanzar hacia lo divino.
Seguidamente, tenemos a la fortaleza que elimina de nuestro sentir el temor de abandonar esta vida y nos anima a enfrentar a la del más allá.
Por último, está la justicia que influye en las virtudes menores y nos permite aprobar las disposiciones antes mencionadas.
En los altos niveles de perfección, que son las virtudes mayores de las almas ya purificadas y unidas con firmeza a Dios, la prudencia ya solo contempla su pertenencia a Dios, mientras que la templanza omite los deseos terrenos.
Por su parte, la fortaleza no conoce de pasiones y la justicia ya es parte de la mente divina en un contacto permanente divino y un actuar de forma consecuente con ello.
En este nivel encontramos representados a los seres santificados en el cielo, así como a unos pocos que tienen una vida fundamentalmente perfecta desde la perspectiva divina.
Los seres pertenecientes a este nivel son héroes de la virtud y son candidatos a honores del altar. Se refiere a los santos de la tierra. Leamos la Santidad para comprender esta virtud de la caridad de los seres santificados.
Es de señalar que el santo cristiano, además de las cuatro virtudes cardinales, debe tener las tres teologales, especialmente la caridad, por ser la virtud que nos informa, nos bautiza y nos consagra en todas las demás virtudes.
Todo ello nos provee de asociación, unificación y participación en la vida divina. Pero para ello se requieren evidencias, que se han llamado «pruebas de heroicidad» para llevarlas al proceso de beatificación.
Ahora bien, así como el amor o caridad está en el máximo nivel, la fe se halla en los cimientos de todos los aspectos de la vida.
Gracias a la fe aprehendemos a Dios, constituyéndose la fe en la consciencia del recto proceder y se refleja en buenas obras en las cuales se vive. Así lo expresa Santiago en 2,26:
«La fe sin obras es fe muerta».
Como obras o manifestaciones de fe contemplamos: una constante profesión externa de la fe, estricta observancia de los Divinos Mandamientos, la oración sin cesar, devoción filial a la iglesia, temor de Dios, terror al pecado, la penitencia por los pecados cometidos, la paciencia en la adversidad, entre otros.
Muchas de estas obras de fe están unidas al heroísmo cuando se practican con perseverancia por un largo tiempo, o en circunstancias en las cuales la perfección del hombre ordinario le hubiese prevenido de actuar.
Así se tienen a los mártires que mueren por los tormentos a que son sometidos, los misioneros que dedican su vida a manifestaciones de fe y los pobres de infinita paciencia, quienes viven su vida de carencias teniéndola siempre presente como una forma de hacer cumplir la voluntad de Dios y con la esperanza de cosechar los frutos posteriores. Estos son los ejemplos de héroes de la fe.
En cuanto a la esperanza, antes se había dicho que es la certeza en la voluntad de Dios, que nos proporciona la confianza de esperar la vida eterna y todos los medios para alcanzarla.
Para llegar a la heroicidad se debe mantener la esperanza inamovible y fundamentada en la seguridad de ayuda que Dios nos provee mediante eventos de la vida, aun cuando se puede llegar a exigir sacrificar todos los bienes en función de esa felicidad prometida en los cielos. Esto sería un nivel perfecto de virtud.
Por ejemplo, Abraham, hombre fiel y virtuoso, es el modelo a seguir de aquel que tiene esperanza, tal cual lo expresa Romano capítulo 4, versículos 18-22:
«Quien, contra toda esperanza, aún cree en la esperanza…
Y quien no fue débil en la fe;quien tampoco consideró su propio cuerpo muerto…
Ni el vientre muerto de Sara».
La caridad lleva al hombre hacia el amor a Dios sobre todas las cosas, siendo el amigo perfecto, como dice san Pablo que es Cristo quien vive en nuestro ser, incluso luego de ser clavado en la cruz, de acuerdo con Gálatas 2,19-20.
Por tal motivo, se asevera que amor, en este contexto, significa el tipo de unión celestial que vincula a la Divina Trinidad, mediante la cual se alcanza el más alto nivel de la creación de Dios. Es una visión beatífica del amor y es la participación en la vida de Dios.
En el Evangelio de san Juan y en las Epístolas, tanto el discípulo amado como el misionero de la cruz son los mejores exponentes del misterio del amor revelado a ellos en el Corazón de Jesús.
Cuando Jesús nos legó el mandamiento de amar a Dios por sobre todas las cosas, le agregó un segundo mandamiento muy parecido al primero, que es el amar a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más valioso que estos dos, como lo dice Marcos en 12, 31.
La asociación que se hace entre estos dos mandamientos está sustentada en que se ama la representación de Dios en la tierra, que son sus hijos adoptivos y pertenecen a su Reino.
De manera tal que al amar y ayuda a nuestro prójimo, estamos sirviendo a Dios, por lo que los trabajos de misericordia espiritual y temporal hecho en este mundo, revelarán nuestro destino en el próximo. En Mateo capítulo 25, versículos 34-40 se nos dice:
«Venid los benditos por mi Padre, que de ellos es el Reino…
Porque estuve hambriento y me disteis de comer.
Así te digo que lo hicisteis a uno de estos pequeños, lo hacías a mí».
De allí que, desde tiempos ancestrales hasta la actualidad, las obras o manifestaciones de amor heroico de alto nivel se han constituido en la marca distintiva de la Iglesia Católica, así lo revela el compromiso de santidad de tantos hijos e hijas, que por sus virtudes y obras han sido exaltados a la santidad.
Ahora bien, mediante la prudencia es posible saber lo que se debe desear y que no, y saber cómo obtener la heroicidad si coincide con el «regalo del consejo», si se observa desde la perspectiva de lo que debe ser una conducta correcta o incorrecta, según la orientación divina.
Por ejemplo, los bollandistas dicen de san Pancracio Radbert, que fue tan grande su prudencia que parecía brotar de su mente en todo momento y situación. Sabía siempre estar actualizado y podía saber que había que hacer en cada caso, siguiendo el consejo de Dios.
Los bollandistas era una asociación de estudiosos eclesiásticos que se dieron a la tarea de editar las Actas de los Santos (Acta Sanctorum), la cual era una gran colección de composiciones biográficas de santos. La misma se se comenzó durante los primeros años del siglo diecisiete y persiste hasta nuestros días.
Se llaman así por ser sucesores de Johannes Bollandus, sacerdote jesuita belga, quien fuera el editor del primer volumen de la obra, que consta de 68 volúmenes.
En cuanto a la justicia se centra en la que da a cada uno su deber. Entorno a ella se giran las virtudes religiosas de la piedad, obediencia, gratitud, veracidad, amistad y muchas más.
Cuando se ejecutan los actos de justicia los relacionamos con Jesús sacrificando su vida por la humanidad, por lo que sintió fue su deber, y en Abraham dispuesto a sacrificar a su propio hijo en obediencia a la voluntad de Dios.
Por su parte, la fortaleza es la que nos la fuerza para mantenernos firmes en circunstancias difíciles cumpliendo con nuestro deber. Ella es en sí misma un elemento heroico cuando se lleva a cabo la virtud.
Se logra triunfar cuando se sobrepasan los obstáculos que hubiesen sido insuperables para una virtud ordinaria.
En cuanto a la templanza, ésta nos mantiene alejados de las pasiones, si éstas nos llevan a actuar indebidamente. Se origina, entonces, el compromiso, la modestia, la abstinencia, castidad, sobriedad, y otras virtudes, con las cuales logramos superar las dificultades.
Como ejemplos de templanza heroica encontramos el actuar de san José y el de san Juan el Bautista.
Es de notar que cada acto de virtud sustentado por principios divinos comprende involucra dentro de nosotros rasgos de todas las virtudes.
Por otra lado, algunos han planteado otras virtudes humanas; a saber:
- Resiliencia: La cual nos refiere que es no detenerse y seguir adelante a pesar de la oscuridad en nuestro futuro. En ella, por lo tanto, se aceptan pasar por decepciones y reveses que son parte de cualquier vida humana. Se señala que no se debe asustar a otras personas con nuestros miedos.
- Empatía: Se trata de la capacidad de conectar con las experiencias de otra persona para comprenderlas y buscar solucionarlas. También significa tener el coraje de ponerse en el lugar del otro y mirarse a sí mismo con honestidad.
- Paciencia: Esta virtud se nos pide meditar ante situaciones estresantes o difíciles, pues a menudo nos dejamos perder por los nervios. Ello es porque creemos que las cosas deben ser perfectas. De allí que se nos anima a fortalecer nuestra capacidad para aceptar que las cosas no siempre suceden como queremos.
- Sentido del humor.
- Esperanza: Es contar con la certeza y seguridad de que se obtendrá lo prometido, solo se debe esperar con fe.
- Sacrificio: Se refiere a esa capacidad milagrosa obviar nuestro bienestar e intereses personales y actuar en beneficio de otra persona sacrificándonos por ella o por alguna causa en particular.
- Confianza: Se refiere a tener consciencia de lo que se puede lograr al intentar alcanzar nuestros sueños y que es poco lo que se puede perder al arriesgarse a luchar por lo que se desea.
- Buenos modales: Se trata de una regla que es importante y necesaria cumplir para llevar una relación armoniosa en cualquier comunidad o civilización y tiene como virtud asociada la tolerancia, que no es más que la capacidad de vivir con personas con las que no estamos totalmente de acuerdo. Erradamente, a los buenos modales se les ha dado mala fama, pues se considera que ser educado es sinónimo de «ser falso» y que se deberíamos ser siempre «ser nosotros mismos».
- Consciencia de uno mismo: Significa el no hacer responsables a otros de nuestros errores, problemas o cambios de humor.
- Perdón.
Asimismo, contamos con los frutos del espíritu que nos proporciona el Espíritu Santo en forma de perfecciones que nos modelan para llevarnos a la gloria eterna.
En la Iglesia se han señalado doce perfecciones de Dios y que se mencionan en Gálatas capítulo 5, versículos 22 y 23. Estas son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad.
Pidamos a la Iglesia y a la Rosa Mística nos permitan poder disfrutar de todas estas virtudes para la Gloria de Dios.
Sinopsis
Hemos señalado anteriormente que la virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien.
También se ha señalado en este post que contamos con virtudes humanas y teologales.
Las virtudes humanas son muchas y se refieren a las disposiciones estables de las que hemos sido dotados en relación con el entendimiento y la voluntad.
Estas virtudes humanas o morales nos ayudan a controlar nuestros actos, a ordenar nuestras pasiones y guiar nuestra conducta, dependiendo de la razón y la fe.
Han sido agrupadas en cuatro grandes virtudes cardinales, que son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
- La prudencia que nos brinda la razón práctica para discernir y comprender, en todo momento y situación nuestro verdadero bien y saber escoger las maneras más justas de llevarlo a cabo.
- La justicia que contempla el poder dar de manera constante y sólida voluntad a Dios y a nuestros semejantes lo que les es debido.
- La fortaleza que nos asegura, en las dificultades, tener la firmeza y la constancia en la práctica del bien.
- La templanza que es la encargada de moderar nuestra atracción hacia los placeres sensibles y de procurar también de tener la moderación en el uso de los bienes creados.
Estas virtudes morales se van fortaleciendo gracias a la educación, así como también mediante actos deliberados y con el esfuerzo perseverante de nuestro proceder. Mediante la gracia divina son purificadas, elevadas y santificadas.
Por lo general, se ha encontrado que estas virtudes proporcionan maneras para tener control y poder disfrutar una vida moralmente buena.
Como se ha dicho, son actitudes firmes y estables, que procuran en la persona que tenga perfecciones regulares que les proporcionen entendimiento y voluntad así podrán saber como proceder de manera racional, controlando sus emociones y su comportamiento.
Esto permite concluir que todo hombre virtuoso tiene la plena capacidad de llevar a la práctica libremente el bien.
Se adquieren estas virtudes a través de las fuerzas humanas, lo que lleva a inferir que son los frutos de los actos que se consideran moralmente buenos.
Por otra parte, proveen al hombre de todos los poderes necesarios para llegar a armonizarse con el amor divino.
En cuanto a las virtudes teologales de las cuales gozamos los seres humanos son: fe, esperanza y caridad, tal como se señala en la primera carta a los Corintios, capítulo 13, versículo 13, y con ellas Dios Padre procuró dotar a los cristianos para que puedan vivir en relación con la Santísima Trinidad.
Se originan de Dios, quien nos las infunden desde el mismo bautismo, teniendo como motivo y objeto el mismo Dios. Ellas informan y vivifican todas las virtudes morales.
Así tenemos que:
- Por la fe creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado y que la santa Iglesia nos ha enseñado como objeto de fe.
- Por la esperanza podemos desear y esperar de Dios con gran convicción y certeza la vida eterna, así como las gracias para merecerla.
- Por la caridad es que amamos a Dios por sobre todas las cosas y también amamos a nuestros semejantes como a nosotros mismos por amor de Dios. En Colonisenses 3,14 se dice que es el «vínculo de la perfección» y la que sustenta a todas las demás virtudes.
Para conocer más sobre el bautismo, puedes consultar nuestro artículo: Sacramento del bautismo.
Para contrarrestar los males, vicios y defectos siempre podemos valernos de una virtud. Así:
- Contra avaricia, la Generosidad
- Contra pereza, la Diligencia
- Contra soberbia, la Humildad
- Contra ira, la Paciencia
- Contra gula, la Templanza
- Contra la envidia, la Caridad
- Contra lujuria, la Castidad.
Debemos señalar en este punto que la Iglesia católica por tradición milenaria afirma unánimemente que las virtudes infusas, exceptuando la fe y la esperanza, desaparecen al cometer un pecado mortal. Además sostiene que no pueden «reducirse», pues no son producto de una repetición de actos.
Santo Tomás de Aquino
Capítulo aparte merece santo Tomás de Aquino, teólogo y filósofo católico de Italia, principal representante de la enseñanza escolástica y una de las mayores figuras de la teología sistemática, por los grandes aportes que ha hecho en esta materia de las virtudes. Él también expuso su sentir en cuanto al tema de las virtudes humanas.
Santo Tomás de Aquino fue hijo de una familia pudiente e influyente de finales del siglo XI, quienes no estuvieron de acuerdo en que él ingresara a la Orden de los Hermanos Predicadores, institución en la que él quería estudiar teología.
Para evitarlo, sus hermanos lo encarcelaron y para sobrellevar esta situación, decidió estudiar y aprenderse muchas frases bíblicas de memoria. Este hecho consolidó sus ideales de hacerse religioso contra lo cual sus hermanos ya no pudieron oponerse.
Al salir fue llevado a Alemania donde comenzó a estudiar teología haciendo una brillante carrera, para luego obtener un doctorado y ser aceptado para dar clases en la Universidad de París.
Son muchos los aportes de santo Tomás en distintas disciplinas como la ética, la lógica, la metafísica, la razón, ley natural y la psicología y ley natural. Son reconocidas su propuesta de las cinco vías para conocer a Dios.
En cuanto a las virtudes, santo Tomás planteó que las mismas son el punto medio entre dos vicios opuestos. Así que, según su parecer, una virtud ha de vivirse con prudencia, puesto que si no se practica en absoluto, se lleva al extremo negativo, que sería la ausencia de la virtud, se convertiría en un vicio. Caso contrario sería llevarla al otro extremo de exagerar la virtud, que también sería negativo, la haría también un vicio o defecto.
A menudo leemos y escuchamos la frase «Una virtud sin prudencia, no es virtud«, la cual se basa en el postulado de santo Tomás, que se ejemplifica con la virtud de la magnanimidad, que es el punto medio entre soberbia y la retraimiento.
Otro ejemplo más ilustrativo para demostrar lo que santo Tomás planteaba es el de la virtud de la modestia.
Como sabemos, modestia se refiere a tener humildad, no teners vanidad ni ostentación de los méritos propios y ella sería el punto medio entre la desvergüenza, que es no tener vergüenza ni tolerancia, y la timidez, que es no tener seguridad en sí mismo y dificultad para relacionarse.
Santo Tomás, además, hizo la clasificación de las virtudes en morales e intelectuales y añadió las teologales. A las primeras las define como hábitos del entendimiento, que surgen de la práctica y se presentan debido a la voluntad por conocimiento.
Las morales son, por tanto, los hábitos del alma que se obtienen cuando se practican promoviendo una vida moralmente buena.
Las teologales él las define como las otorgadas por Dios a la voluntad e inteligencia humana. Gracias a ellas es posible actuar de manera divina, pues se produce un desprendimiento de los impulsos egoístas terrenales.
Las clasificaciones presentadas permiten comprender mejor las virtudes, de esta manera es posible diferenciar si un hábito es positivo, o si se lleva a uno de los dos extremos que señalamos, convirtiéndose en un vicio.
Asimismo, permite verificar si se vive porque la inteligencia lo considera como algo bueno, o porque moralmente está bien que se experimente tal virtud.
Estudiar las virtudes pueda dar lugar a una gran cantidad de conclusiones, dependiendo de la disciplina, así como a interrogantes que van surgiendo a medida que se las estudia. Este aporte de santo Tomás es de mucha valía para diversas materias, que aún hoy se siguen analizando a partir de sus postulados.